¿Tiene un eurico pa comé?

Ese es el acento que muchos de nuestros colegas (entiéndase como classmates y no como simplemente, como muchos con su avidez de Matrículas de Honor y competitividad se encargan de recordarnos) de clase deberían ir practicando cuando nos toque a todos pedir en la puerta de un supermercado. Yo ya le tengo echado el ojo a un Caprabo más bonito, que tiene una repisa que parece cómoda y sé de una papelería donde siempre sacan las cajas que les sobran y las dejan en la puerta para que los vagabundos y los chatarreros de cartones (¿los cartoneros?) los recojan y hagan lo que les plazca. La verdad, es que me han dicho que las cajas más cómodas son las que no han sido tintadas de ningún color y son como un abrigo en las noches de frío. Ah, y para el outfit homeless lo mejor es un gorro del chino y unos guantes de lana con los dedos cortados y deshilachados. Y nada de afeitarse. You’re welcome, fellow archaeologists.

Cosas han sucedido recientemente que me han hecho reflexionar. Lo típico que se pregunta el ciudadano de a pie: ¿cuándo ganará el Barça? ¿Me dejarán entrar en el súper cinco minutos más tarde de la hora de cierre para comprar la baguette congelada? ¿Por qué ha tardado el metro más de dos minutos y medio? ¿Por qué este oficinista ha optado por no ducharse hoy que se ha puesto a mi lado y ha levantado el brazo para agarrarse de la barra? Eso, y lo que a veces nos preguntamos: ¿Qué sucederá en mi futuro? Y es que el otro día, estando yo  durmiendo como un condenado realizando operaciones de logística, vino el de cierta empresa de gas española que llamaremos Hendesa por no decir marcas, y mis padres le hablaron de mí y salí un momento en todo mi esplendor matutino a saludar, porque sí, mis padres se criaron con los desfiles del día de la Hispanidad y hay que lucir el orgullo y el porvenir de la patria. Cuando el chico (entre unos 20 y 25 años) se iba le preguntó a mis padres: «¿Y qué estudia?» (a veces me gustaría trabajar en vez de estudiar solo para verles la cara a la gente de incredulidad). A lo que mi madre, orgullosa de mí desde el principio, respondió: «Estudia arqueología y acaba este año». Y él, jolgorioso, animado, desternillante, chistichante (si es que existe ese vocablo) respondió entre risas tímidas: Ah, pues ya le vendré a reclutar en junio para que trabaje.

No hizo ni una semana desde ese encantador y alentador suceso que una de las alumnas a las que doy clase y para ellas no soy más que el teacher, me preguntó: ¿Y tú qué estudiabas? Ah, sí, arqueología, eso de buscar cosas y calaveras y eso. ¿Y de eso se cobra y se vive? Divina infancia e incomprendido Herodes.

Y no es que me falten ejemplos que de la arqueología se pueda vivir, que de la arqueología se puede trabajar, pero en el país en el que vivimos, que menosprecia su cultura y potencia todos los campos en los que se pueda destacar en cuanto al campo científico, acordándose solo de la historia y de la arqueología cuando les interesa como herramienta política y cuando no pueden hacer otra cosa sino les vendrán los ‘pesados’ diciendo no sé qué de la ley de patrimonio y esas chorradas, y que sobre todo, nadie tiene trabajo y todos tenemos que ir a buscarnos las lentejas con el lomo bajo el brazo allí donde el Mediterráneo es solo un lugar de vacaciones de verano y no un placer a la vista. Con el nepotismo que tenemos en la querida Hispania que hemos heredado, con el despotismo demostrado por las élites  políticas que ni mentan a la cultura ni por asomo y que somos el culo de Europa, ¿quién me puede recriminar que ya me haya reservado el sitio en el supermercado para pedir dinero? Porque es lo único que va a acabar dando dinero, pedirle a los que tengan y a los que les quede, mientras los demás nos morimos de hambre en las calles y mendigamos en busca de un cajero abierto y en el que no te echen a patadas o te metas en líos territoriales con otros fellow homeless-mates. ¿Y es que el oficio de arqueólogo tiene futuro? Sí. Mucho. ¿Nos permiten tenerlo? ¿No, verdad? Pues que al menos nos den un eurico pa comé.

 

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